miércoles, 29 de junio de 2005

Agua Sacrificial

No es fácil conseguir el agua sacrificial. Es entregado en cantidades no muy abundantes por la naturaleza lo que hace de su recolección un trabajo difícil. Sin embargo, la dulce recompensa de verterla sobre mi pecho y recobrar con ella mi juventud y mis poderes menguados por la falta de tan delicioso néctar hace de tal tarea un placer indescriptible.
Dado que necesito de grandes cantidades para lograr el pleno efecto, me hago acompañar por mi sirviente, Anti. Es un sujeto de aspecto nauseabundo, bajo, de largas extremidades, que conocí en mis correrías por los bosques australes en busca de una cura para mi enfermedad. Jamás camina junto a mi pero me sigue a prudente distancia para ayudarme si lo requiero.
Nuestro día empieza cuando los faroles abren sus ojos luminosos. Desempolvamos nuestros trajes negros y nos lanzamos a los callejones mas oscuros. Seducir es un arte, en que el estudio minucioso de la persona, de lo que nos puede brindar y como abrir su corazón a nuestras deseos es lo básico antes de empezar. Años de maldición me han dotado además de una perfecta visión nocturna, por lo que divisar en la ciudad el fruto femenino de piel sedosa y pulpa suculenta apto para ser ofrecido me resulta de lo mas natural. Valiéndome de ello escojo mi víctima y la sigo algunas cuadras hasta alcanzarla. Entonces la miro a los ojos y ruego por que me dé lo que busco. Como sólo en muy contadas ocasiones acceden a primeras a mi requerimiento ( mis armas de seducción sólo encuentran inmediato eco en mujeres con un alto sentido del gusto, lo que es poco habitual) llamo a Anti. El las toma en brazos y lleva tranquilamente hasta nuestro refugio. Allí comienza el rito: ambos recorremos el cuerpo de la mujer con nuestras lenguas y miembros hasta el éxtasis. Embriagada de gozo, clama por mas. Es cuando extraigo delicadamente de entre sus piernas el mágico manjar de las hembras en flor. Y cuando ya termina mi dura tarea, dejo a Anti su paga: las posee hasta que finaliza su trance, lejos, muy lejos de dónde ya me dispongo a consumar mi ansiada renovación.

miércoles, 22 de junio de 2005

Amortal

Las primeras palabras la denunciaron. “Te voy a matar” no parecían palabras amistosas. Pero cuando se volvió sobre sus pasos y tomo el arma que había dejado sobre su cama, sentí unos deseos inmensos de violarla. No solo tenía ganas de golpearla y reducirla para evitar que cumpliera su amenaza, deseaba además forzarla al sexo violentamente. La tomé por la cintura pero ella se dio vuelta y puso su arma en mi frente. “Te amo” le dije estúpidamente. Entonces ella cayó desmayada a mis pies. Sabía de balas capaces de atravesarlo todo, de cuchillas, espadas y toda clase de armas absolutamente mortales, aún cuando la víctima se proteja, pero la que acababa de descubrir era aterradora, sacada de un libro de magia o un manual de hechicería. “Te amo” repetí , y me marché.
Cuando llegué a la esquina en la que desembocaba la calle de la casa de mi víctima, vi algo irrisorio. Todos estaban tendidos en el suelo. Todos dormían en extrañas posturas, como si Morfeo los hubiera tocado en plena actividad sin tiempo para acomodarse. Pensé “si ese par de palabras que solté estúpidamente frente a mi amada produjeron tal efecto en ella, quizá la segunda vez....” No, no podía ser. La segunda vez que pronuncié tales palabras no podía provocar tal efecto en toda esa gente. Desesperado regresé a la casa de mi víctima para ver si había vuelto a despertar. Cuando entré al cuarto donde la había dejado, casi morí de la impresión: mi amada, toda llena de sangre, con la pistola entre las piernas, no paraba de gritar “te odio, te odio” . Y cada vez que repetía esa frase escuchaba a alguien caer en las proximidades, como si miles de seres quisieran entrar a la casa y desfallecieran al oír esos gritos atroces . Cuando llegó la noche y había olvidado todo, me aferré a su cuerpo muerto y esperé a que despertara. Mientras los caídos retomaban el paso y se iban sin más, la violé y nunca mas volví a repetir su nombre en mis sueños.

jueves, 16 de junio de 2005

Divina Soledad

Estaba Dios en la cima de su Conciencia admirando con ojos graves el infinito manto de su creación. En mas de una ocasión se detenía en alguno de sus seres, especialmente en el hombre. Se reía a veces de las interminables elucubraciones humanas relativas a su ser y de vez en cuando se asombraba de la cercanía de las inagotables respuestas. Pero así como en ocasiones le embargaba una risa incontenible, otras lo acosaba una envidia dolorosa. De la humanidad, sus limitaciones, sus vanas esperanzas, sus caminos perdidos, ese sentido trágico que volvía a aquella creatura su favorita. En momentos así se olvidaba de su omnipotencia y fantaseaba con ser uno de ellos. Y cuando volvía en sí, una gran pesadumbre lo abrumaba. Estaba cansado de su trono solitario, de su altar inmortal consagrado a la vanidad, hechos para que las interminables huestes de aduladores y cobardes visitaran su figura como si fuera algo ajeno a ellos. Estaba harto de lo omnipresente e imperecedero. Esos pensamientos lo acosaban cuando decidió volverse humano.
De esta manera fue como llegó a sentir por primera sus ojos arder por la luz, su cuerpo calentarse con la entrega materna y su leche, los pasos por esa tierra dura y pesada, las lágrimas recorrer su rostro. El tiempo fue entregándole y quitándole, amó y odió, deseó hasta el infinito y a veces creyó ver una pregunta contestada entre las nubes que inundaban su cabeza.
Pasaron los años hasta que un escrito absurdo y pretencioso vio aparecer en la cima de su limitación la señal desnuda de su verdad. Su conversión había sido casi completa, hasta se había despojado de las remembranzas sin fin que su raíz celestial le dotaba. Pero las palabras desparramadas en este relato por uno de aquella especie que adoró despejaron los nubarrones que noches enteras lo atormentaron con sus relámpagos vertiginosos. Volvió a recordar su esencia divina, su origen, con el cándido sufrimiento humano de la pérdida, y se sintió traicionado por su soledad.