viernes, 28 de octubre de 2005

Diálocos: la magia de leer

Dentro de las cosas hermosas que brinda la lectura está el observar las mágicas relaciones que se establecen entre los textos que permiten descubrir elementos comunes o asombrarse ante pensamientos convergentes o complementarios, reconstruir historias o encontrar sustento a algunas ideas que pueden nacer en el lector. Se presencia entonces un verdadero diálogo entre obras de diversos autores. Por cierto, estos diálogos de locos, o simplemente “diálocos”, se plantean sin quererlos, es decir, sin que uno haya decidido indagar en un tema, sino que simplemente lecturas reciente remiten a otras simultáneas o anteriores y abren espacio a la curiosidad. Por ello lo mágico. Así estos días he estado leyendo cosas tan diversas como “Ni por mar ni por tierra” de Miguel Serrano, “El cielo de esmalte” y “ Las formas del fuego” de José Antonio Ramos Sucre (notable poeta venezolano), un par de ensayos de Armando Uribe reunidos en un mismo libro, titulados “Del fantasma de la sinrazón” y “El secreto de la poesía”, “Pavana del gallo y el arlequín” de Carlos de Rokha, “Destierros y tinieblas “ de Miguel Arteche, algunos artículos de Jorge Teillier. Como se puede apreciar, la mayoría autores chilenos.
Por ejemplo, últimamente he presenciado las siguientes relaciones, quizá algunas descabelladas, pero en fin:
I).En un posteo dejado en este blog que titulé “Leyendo Poesía” expresé que “la poesía exige el silencio y ya sólo ese silencio es difícil en un mundo de bullicio. Es un silencio interior, un volcamiento sensorial hacia el planteamiento poético en afán de aprehender lo que va “mas allá de las palabras” que es lo esencial de la poesía en mi opinión, lo no expresado, lo sugerido con los versos”. Pues bien, lo anterior lo escribí sin haber leído antes el discurso de incorporación a la Academia Chilena de la Lengua de Miguel Arteche, donde con mucho más claridad y tino expresa: “Hemos perdido el silencio. El hombre de nuestros días ya no sabe estar en silencio. Y he aquí, entonces, que se producen las fugas. El hombre sale del planeta y se prepara a iniciar la conquista de su satélite y de los otros puntos avanzados del sistema solar: quiere desaparecer en el espacio cósmico, o buscar algo que se le ha perdido, o iniciar el duelo prometeico con la divinidad. El hombre en fuga, obsesionado por lo sensacional, rechaza la poesía y la oración” (1)
II).En un libro de Jacques Sadoul llamado “El gran arte de la alquimia”, cuya primera edición en español es de 1977, hace un breve repaso de la historia de aquel arte. Al tratar de la alquimia egipcia y alejandrina hace referencia a la famosa “Tabla de Esmeralda” de Hermes Trismegisto señalando: “ En esta Tabla de Esmeralda hallamos los dos grandes principios de la filosofía hermética, a saber, la unidad de la materia (todas las cosas han nacido, por adaptación, de esta cosa única), lo que es un concepto científico que sólo nuestro siglo ha conseguido demostrar, y, por otro lado, la unión del microcosmos (es decir, el hombre) con el macrocosmos (es decir, el Universo), que viene indicada en la frase “Lo que está arriba es igual a lo que está abajo”. Esta doctrina metafísica es el fundamento de la astrología, así como de la alquimia, pero no es admitida por la ciencia moderna, al menos en su actual de progreso”. Sin embargo, al parecer este último principio ha encontrado respaldo en la ciencia actual. Asi Arteche en su conferencia “Algo sobre el arte de la Poesía” (2) comenta: “ Los físicos, que son personas que aman la poesía dicen que “el experimentador no solo observa un hecho, sino que lo altera por el sólo hecho de observarlo”. Un físico, Wheeler, agrega que “debemos reemplazar el término observador por el de participantes” Agreguemos: no miramos el mundo, participamos de él. No estamos solos. Los que creen que están solos no saben que “los que nos rodea, valga la paradoja, somos nosotros”. El microcosmos es lo mismo que el macrocosmos. Esto es lo que plantean los físicos (....) y es mas o menos, lo que le ocurre al poeta. El poeta está ligado a todos, y el poema, además de ser un puente, es otro pequeño mundo que existe porque esta unido con el mundo” Encuentro además en esto cierta correspondencia con cuestiones planteada en “El retorno de los brujos” y algunos ensayos de Mircea Eliade sobre la alquimia. Debo reconocer que la alquimia es un tema que me atrae pero no he podido dedicar el tiempo necesario para investigar con acuciosidad. Me atrae más que la técnica la concepción humana, el alcance espiritual de esta conversión que no es solamente la de metales simples en oro, sino la del hombre en un espíritu superior. Los orígenes de la alquimia entroncan con formas de pensamiento antiquísimo que esconden a su vez aspectos significativos de la mente, del alma del hombre. En este sentido me interesaría leer “Psicología y Alquimia” de C.G. Jung y “Herreros y alquimistas” de Mircea Eliade. Tarea pendiente.
III).En el ensayo de Armando Uribe denominado “El secreto de la poesía” desarrolla la tesis de que la poesía auténtica es un medio entre el inconsciente del poeta (incluyendo el colectivo) y el objeto escrito y oral que es el poema. Para ello hace un repaso breve sobre el tema tratado desde la antigüedad y llega a afirmar que la proporción en que lo inconsciente se presenta sirve para distinguir la buena de la mala poesía. Agrega que la propia técnica del verso es lo que introduce en la forma de poema lo inconsciente reprimido y primordial. De nuevo Arteche afirma, a su vez, que “ del sueño o profundidad de los sueños viene el poema, aunque el poeta no lo sepa; o del oficio, que es lo que permite al poeta terminar su poema definitivo, no importa cuantos cabos sueltos haya anudado. De allí, de esa profundidad, vienen las formas. El poema trae ya su forma; llega viable con su forma; y la peor equivocación que el poeta puede cometer es equivocar la forma, esto es, cambiar la forma que a él venía”(3). Por último, una anécdota que cuenta Teillier sobre Saint- Pol Roux, que colocaba un letrero que decía “el poeta trabaja” cuando se iba a dormir (4)
IV). Jorge Teillier afirmaba que “La poesía actualmente es un acto de rebelión, porque escribir es antiutilitario y, por tanto, antiburgués. Por algo se considera locos a los poetas”. Esto, si no me equivoco, lo leí en “Conversaciones con Jorge Teillier” de Carlos Olivares. (o quizá en un libro que recopilaba entrevistas al poeta titulado “Entrevistas con Jorge Teillier”, no estoy seguro) Leyendo el prólogo de “Elegías” de José Domingo Gómez Rojas, reeditado por la Universidad de Concepción en su serie “Cuadernos Atenea”, en el prólogo Mario Rodriguez nos remite a Michel Foucault y su libro “Vigilar y castigar” donde reflexiona sobre el por qué se sitúan en una misma línea la inutilidad del loco y del poeta dentro del proceso modernizador capitalista, por tratarse “de cuerpos indóciles, improductivos en la eficacia de sus movimientos y en la economía de su organización interna”.Una aclaración: llegué a Domingo Gómez Rojas porque tal es el nombre de la editorial del Taller Literario de Trabajadores “Mano de Obra”, taller en el que participé un par de años (dejé de participar porque de trabajador no tengo nada, si que apenas encuentre pega volveré, si es que me readmiten y becan por supuesto) Un día revisando la Biblioteca de Hualpén me encontré con las Elegías y no pude menos que seguir mi curiosidad. Nota aparte merece la vida y obra de este poeta chileno casi olvidado, aplastado literalmente por las más espurias armas del sistema. Sin embargo, su poesía sobrevivió a las miserias a que fue sometido siendo su voz un signo imborrable de consecuencia.
V). Giacomo Leopardi: Ha sido nombrado en varios de los últimos textos que he leído. Por ejemplo, J.A. Ramos Sucre destacaba en una de sus cartas que lo compararan con este poeta italiano. Por otra parte, en “La Invención de Chile”, libro que recopila cuentos relatos, poemas y notas sobre Chile de grandes autores dela literatura universal que jamás visitaron nuestro país (cuya edición, dicho sea de paso, correspondió a Armando Roa Vial y a Jorge Teillier), aparece una corta nota de Leopardi en que se refiere brevemente a estas tierras. Una verdadera invitación a leer algo más de Leopardi de lo que resumen las enciclopedias.
VI). Una relación algo antojadiza: Cuando leí “Miserere” de J.D. Gómez Rojas (uno de sus poemas más conocido, recogido en varias antologías), sus versos finales (“Y quizá la muerte que nos hiere /también tendrá su muerte. ¡Miserere!”) inmediatamente me recordó a los “Mitos de Cthulhu” de H.P. Lovecraft en su famoso pareado que tendría su origen en el Necronomicón : “Que no hay muerto que yazga eternamente, y con ciertos eones puede morir la muerte”.
VII). Los compañeros del Taller Literario me manifestaron que estas “relaciones mágicas” entre textos llevado por distintos asistente en la sesiones era algo que solía presentarse con determinada frecuencia. En cierta ocasión uno de los reunidos mencionó a Dylan Thomas preguntando si alguien sabía o tenía algo de él y justo en ese momento tenía en mi mochila la “Poesía Entera” de Eduardo Anguita en cuyo prólogo hay una breve cita al poeta inglés.
VIII). En otra sesión, el poeta Omar del Valle leyó en una sesión del taller un artículo de la Revista de Libros de El Mercurio sobre una chilena que fue una verdadera mecenas de importantes artistas en Francia a comienzos del siglo XX. No recuerdo su nombre, pero me acordé de ese artículo a propósito del libro “La invención de Chile” antes citado en que aparece un relato del poeta francés Blaise Cendrars titulado “El santo desconocido” que trata (sin nombrarlo directamente) del conocido Fray Andresito, de cuya historia habría tomado conocimiento de “sus hermosas amigas chilenas” entre las que debe estar aquella dama que lo apoyó precisamente, como señalaba el artículo del diario, durante algún tiempo.
IX). Michel Foucault: Nunca he leído algo de él salvo citas y notas, pero en tres textos sucesivos he encontrado referencias a libros de este autor: en “Chile Actual: Anatomía de un mito” de Tomás Moulian, que estoy empezando a leer; un artículo de María Nieves Alonso sobre Teillier (creo que en Atenea) y en el mencionado prólogo en la nueva edición de las Elegías de J.D. Gómez Rojas. Una invitación a leerlo, como a Georges Bataille y otros autores que tengo pendientes.

Cada lectura abre más espacios de lectura. No creo que un buen lector deba quedar satisfecho con un libro. Si el libro es atrayente y el lector curioso e interesado en el tema o autor, no se saciara con lo leído y buscará más. Además que las referencias a otros textos y autores abren el apetito por esas obras. Una de las cosas que me duele es no ser constante y sistemático en mis lecturas. Diversas razones: mis estudios, mis deberes, falta de dinero para comprar libros, pero también mi desidia. De repente no soy constante, no persisto lo suficiente. Debo reconocer que soy flojo, pero la fuerza de las circunstancias, a lo mejor los años y cierta madurez, me están obligando a salir de la abulia. No pretendo, por cierto, volverme sabio o convertirme en ratón de biblioteca ni adoptar poses seudointelectualoides. La real sabiduría y amor está fuera de los libros, no cabe duda. Pero eso no quita que los libros sean parte importante de mi manera de vivir, no son mi vida pero me ayudan, como tantas otras cosas, a sobrellevar su faceta menos encantadora.

(1)Publicado en Revista Ercilla, 15 de Julio de 1964.
(2)(3)Conferencia dictada en el Ateneo de Santiago, 1994.
(4)Espejismo y realidades de la poesía chilena actual. En Plan, Santiago, Nº27 (31 de julio de 1968).

La monstrua

(un breve relato que escribí hace unos días)

Al pararse frente a ese cuadro de Carreño de Miranda quedó perplejo. Desde adentro, una niña obesa lo miraba pasmado. Sus ojos le seguían donde fuere y por mas que mirara a otro lado, esos ojos clavados en el rostro regordete lo espiaban sin piedad. Por unos momentos observó los detalles de la pintura. Sin embargo, pese a ser lo central de la obra, esa jovencita le molestaba y aunque hubiera podido irse sin más, siguió buscando las razones de ese sentimiento.
Al detenerse en su vestido el recuerdo de un lejano tiempo lo empezó a acosar. De pronto apareció en plenitud: un día de campo en la hacienda de sus abuelos. Un día soleado, hermoso. Estaba jugando a la pelota cuando un grito lo desconcertó. Una chancha enorme era llevada por sus tíos y primos para matarla. Recordaba acercarse a ellos y ver el instante preciso en que el animal era degollado. Quedó impactado. Y al volver sobre el cuadro, se sintió avergonzado de relacionar esa situación con ese cuadro que tenía adelante. “El mantel donde comimos ese día era de un género parecido al del vestido” se dijo para engañarse. Siguió mirándolo otro rato y comenzó a pensar en su propia gordura, en las dietas, en la nutricionista y todo cuanto tenía que ver con sus problemas de obesidad. Se sintió ultrajado, asqueroso. “Ojalá llegue el día en que esté de moda estar pasado de kilos” pensó.
Cuando pasó al cuadro de la Monstrua desnuda se sintió ridículo. ¿Cómo unos cuadros podía motivar esos pensamientos, traerle a la memoria cosas de las que justamente en esos instantes quería olvidar? Rió nerviosamente al detenerse en los detalles del cuerpo de la retratada. “¿Seré digno de un cuadro?” se preguntó. Cuando ya caminaba hacia otra pintura se despidió mentalmente de la gordita desnuda e ideó una manera realmente hermosa de recordar esa experiencia: comería en su honor esa noche todo lo que no debía.

miércoles, 19 de octubre de 2005

Vulgar

Palabras de un diletante

En lo que escribo no tengo el menor ánimo en reconocer al patán que soy a diario. Ese bastardo y mediocre no merece ni el desprecio. Si escribo es para imaginar, para soñar y ver mis otros rostros, siempre ocultos bajo las sábanas falsas del día. Lo hago volcando mis ojos hacia adentro y ahogándome en el refugio lánguido de la oscuridad. No soy un tipo siempre triste a diario y quienes leen mis textos piensan que soy otro, como si tales mamarrachos no fueran míos. Nadie conoce al otro realmente, siempre hay un océano que nos distancia aunque estemos hechos de las mismas aguas. Es indudable que me valgo de mi experiencia diaria para crear, pero más de las sensaciones que he tenido. Hay una raíz humana en ellas, sin duda, que permiten ligar dos seres en el acervo común del dolor y la esperanza. Pero aún así hay terrenos no descubiertos, maneras de navegar y sumergirse en las corrientes únicas que en sus infinitas combinaciones nos crean y destruyen. Hasta allí llego, sin afán de originalidad aunque si de autenticidad, tarea que no por tan pretendida es fácil de alcanzar. Uso a veces un lenguaje poco común (especialmente en poesía) que linda con lo siútico y el lugar común. Quizá, a lo mejor es solo impresión mía (soy mi peor enemigo). A lo mejor eso agranda la distancia entre mi yo-ordinario y mi yo-seudocreador literario. Pero como dije, es porque aspiro a otra realidad armada de trocitos de la realidad común y no todo los trajes me sirven para el viaje.
Soy, pues, un sujeto absolutamente vulgar, inculto y hasta picante. Me importa un coco, jamás me han gustado las imposturas. Es lo que hay nomás.

Contra los pragmáticos

(Aclaración inútil: generalmente adopto actitudes defensivas, es un aspecto psicológico importante de mi personalidad, un defecto muchas veces, y que me lleva darle mucha vuelta a las críticas y reflexionar en torno a ellas. Lo siguiente es producto de aquello)

Me pareció curioso que en una entrevista a Teillier por Carlos Olivares ambos señalaran que antiguamente tratar a alguien como pragmático era algo parecido a una ofensa y hoy es una especie de virtud. Lo recuerdo porque es muy frecuente que converse con gente que tiende a cierto pragmatismo o catalogarse de “prácticos” y destaque lo inútil de algunas de mis actividades y posturas u otras que desprecian. Desde tíos hasta amigos. Hoy hay una especie de adoración a todo aquellos que sea productivo, remunerativo. Lo que no da plata es una huevada. El gran hombre de nuestro tiempo es el “emprendedor”. Los “empresaurios” son poco menos que dioses, dignos de ensalzamientos oficial. En lo personal, no estoy ni ahí con tanto pragmatismo y esas estupideces. Trabajaré, sin duda, y tratare de hacer las cosas lo mejor posible. Pero “ni ahí” con andar como loco por juntar más plata que la imprescindible, dármelas de mártir del trabajo para tratar de vivir como rico, ansiar el auto de moda ni cosas parecidas. “Trabajar para vivir y no vivir para trabajar” es mi lema. Valgo primero como persona, no como ente productivo. Deseo vivir en paz, tranquilo, sin mayores vicisitudes en lo económico, como todos. Pero no tengo el menor ánimo de meterme en la vorágine del exitismo, menos de aparentar estupideces, ni pretender ganar sacos de plata (cosa que, en todo caso, aunque lo intentara no lo lograría). Por lo demás, nunca he tenido plata si que no sabría que mierda hacer con ella. Quiero destinar la mayor parte de mi tiempo a compartir con la gente que quiero, leer, escuchar música, no llegar muerto del trabajo y directo a dormir sin antes haber jugado con mi hija. Y no es una cuestión de la edad ni idealismo. Creo que si soy firme en mis decisiones y capaz de elegir correctamente podré llegar a un estado de satisfacción en ese sentido, defendiendo siempre mi derecho al “ocio feliz”. Como pueden apreciarse, desde este punto de vista, soy muy pragmático.


P.D.: Una última idea : siempre he creído que estas posturas pragmáticas son muy acertadas en describir y reproducir la realidad pero no en (re)construirla. (aclaración: no me refiero al pragmatismo filosófico)

miércoles, 12 de octubre de 2005

Leyendo poesía

Cuando fui por primera vez a la pequeña biblioteca de Hualpén (comuna en la que actualmente vivo) me asombró su breve pero variada colección de poesía chilena. Debo reconocer que es una de mis asignaturas pendientes a la que lentamente me he abocado estos últimos meses. Omar Cáceres, Romeo Murga, José Domingo Gómez Rojas, Ángel Cruchaga Santa María, Humberto Díaz Casanueva, Alfonso Alcalde, Mahfud Massís, Rolando Cárdenas, Efraín Barquero, Braulio Arenas, Juvencio Valle, Rosamel del Valle, Jorge Teillier, Delia Domínguez, Juan Antonio Massone, Armando Uribe, Miguel Arteche y otros me han acompañado estos días. Debo reconocer que no me he podido detener mucho tiempo en cada uno de ellos, porque el estudio siempre me despierta de un garrotazo de cualquier océano poético en que me sumerja por unos instantes. En el verano volveré a ellos, ojalá me esperen.
Me llamó la atención que muchos de los textos que han pasado por mis manos nadie los había leídos antes que yo pese a estar ya varios años adornando los estantes de la biblioteca. Eso tiene su lado positivo: me he vuelto en el “desvirgador” de muchas de las obras allí depositadas. Pero el otro lado es evidente: se lee poco poesía. ¿Quién lee poesía?
Por cierto académicos y críticos literarios, que si no lo hicieran perderían sus trabajos por negligentes. También los escritores. Pero mi incógnita dice relación con el situado en “la esfera del profano” por usar una terminología penalista, con el ciudadano común y corriente, no dedicado a la literatura. En qué medida la literatura y poesía forma parte de su vida. Es interesante porque la postura que asume el poeta dice relación también con los destinatarios de su mensaje. No tengo una respuesta muy clara para esas interrogantes pero no cabe duda que son muy pocos los lectores.
Quizá algo que aleje a algunos de la poesía es que puede presentársele en ocasiones críptica, como un juego antojadizo de palabras y eso se explica porque hay en la literatura una exigencia el lector en orden a situarse y “creer” en lo planteado mientras las hojas muestran su rostro de lunares y líneas. Si no existe esa actitud sicológica, la ansiada comunicación no es lograda y no se establecerán los lazos de interés que inviten a revisitar los textos. ¿Cómo es posible esa actitud en estos tiempos? La poesía exige el silencio y ya sólo ese silencio es difícil en un mundo de bullicio. Es un silencio interior, un volcamiento sensorial hacia el planteamiento poético en afán de aprehender lo que va “mas allá de las palabras” que es lo esencial de la poesía en mi opinión, lo no expresado, lo sugerido con los versos. En un mundo de los visual, de lo tangiblemente visual (ni siquiera de lo imaginado) sin duda es un desafío. Que unas pocas palabras esparcidas en una hoja compitan, por ejemplo, con la “caja idiota” ( que de idiota no tiene nada pues está al servicio del poder fáctico) parece una lucha de David contra Goliat. Pero he ahí un primer asunto: no hay que plantearlo como competencia con otras formas de expresión o incomunicación. La cuestión se presenta en cómo se entiende dicha obra humana como necesaria, sin caer en falsos mesianismos. La poesía jamás ha dado de comer, ni siquiera a sus autores. Sin embargo, creo yo, apunta a algo esencial: el alma humana, su sentir, las cuerdas de lo inasible a las que se asoma como un niño, las manifestaciones de su asombro ante los secretos que descubre. Y ella se vale del lenguaje y lo sublima, lo convierte en elemento de comunión aún mas profunda. Hay una raíz intensamente humana en la expresión poética que la hace fecunda. Es ahondar en los terrenos básicos, lo que excede a las estructuras y deja un sabor dulce, como el fruto que nos abruma con recuerdos de veranos que nunca habitamos por completo y que están ahí, en el reverso de las luces, en las llagas duraderas de lo que fuimos y aún somos.

miércoles, 5 de octubre de 2005

El método de Bello

A propósito del aniversario del Código Civil chileno

Se cumplen 150 años del Código Civil chileno. No escribiré sobre su génesis, fuentes, sus cambios a través de los años y demás temas doctrinarios pues a ellos se consagran con más tino juristas especializados en conferencias, seminarios y charlas realizadas a propósito de la fecha. Me detendré en un “mito urbano” del que supe en una clase de derecho civil de boca de un destacado profesor del ramo. Entre clasificaciones de los bienes, de las obligaciones y teoría del acto jurídico este profesor era dado a contar de sus problemas personales, su origen latifundista, su opinión política, pero sobre todo tallas y chistes. Por eso muy bien un amigo hablaba del “café concert” para referirse a sus clases. Un día nos contó de un hecho algo desconocido de la vida del autor del Código Civil, Andrés Bello. Según el profesor, en cierto ocasión su mujer entró sorpresivamente a la oficina de su marido y se encontró con un hecho que la impactó: su marido de pié y su secretaria arrodillada ante él en flagrante felación. “Fue sorprendido en situación clintoniana” expresó el profesor desatando la carcajada de los alumnos. No tengo idea si se trata de un hecho verídico o no, ni de lo habría ocurrido posteriormente, si su mujer se desmayó, si se integró a la partuza, etc. pero que resulta anecdótico no cabe duda. Bueno, de algún modo tenía que haber obtenido Bello el relax necesario para inspirarse en la redacción del Código Civil.

Cosas Inútiles

“La poesía actualmente es un acto de rebelión, porque escribir es antiutilitario y, por tanto, antiburgués. Por algo se considera locos a los poetas” Jorge Teillier.

Una vez un amigo me dijo que me dejará de hacer cosas inútiles, refiriéndose a mi afán por escribir poesía y exponerla en mi página. No considero su comentario como desatinado, es más, creo que es el sentir de muchos que ven en esto de escribir algo incomprensible, completamente alejado de la realidad, sin sentido. Creo que en cierta medida tienen razón. El quiebre realidad – poesía es duro, el día a día no es precisamente poético con su lastre de rutina y burocracia enajenante, de carga laboral claramente diseñada para no dejar espacio al pensamiento y en el que al final de la jornada sólo deseas evadirte en la maraña televisiva. La era de la información, con su bombardeo de imágenes y datos, desinforman con su exuberancia ( maneras de desinformar son privar de información, tergiversarla o bombardear con ella). Tiempo para la poesía, para nada. Es llamativo que en Chile se escriba tanta poesía sin embargo no sea lea tanto. Chile, autodenominado (sin mucha originalidad) “país de poetas”. El trabajo de Nicanor Parra en este sentido es interesante, pues está dirigido a quebrar con dicha dicotomía y amplia el espectro poético hacia el lenguaje coloquial. Sin embargo, la poesía de Parra me produce sentimientos contradictorios: admiro su trabajo, su ingenio, su desenfado, su ironía, el traer aires nuevos a la poesía, el trabajo literario tras su obra, sus “artefactos”, etc. Pero a veces su poesía y sobre todo la de algunos de sus malos seguidores me parece “muy de estos tiempos” por llamarlo de algún modo, lo que desde algún punto de vista es positivo (mucha gente hoy se ha acercado a la poesía leyendo a Parra) pero por lo mismo la siento contingente, promotora de un status quo, de un nihilismo en cuanto no aporta “alma” necesaria en tiempos de desesperanza. El escepticismo e ironía postmoderna encuentran eco en gran parte de sus poemas, pero hay nuevas generaciones que desean además rebelarse aunque sea utópicamente de las garras del utilitarismo de la sociedad actual.
En relación con esto último y mi afán por escribir podrían decirme “escribes para sentirte bien, como purga y entonces es servil a tu grado de enajenación” algo así como “¿por qué en vez de escribir mejor vas al psiquiatra?” pero aún esa visión, (que creo parcial) no explica plenamente la opción por ese medio. Me valgo de la poesía como instrumento de mi espíritu, lo que creo legítimo, no del mercantilismo. ¿ Y por qué la poesía? Porque siento una necesidad de lo sagrado, de lo trascendente y el camino poético resulta más cercano a ella. Como hace ya muchos años abandoné conscientemente la religión me vi preso de un escepticismo asfixiante. No estoy para eso. Tampoco aspiro a convertir lo material en mi becerro de oro. Por ello simplemente huyo a través de los versos hacia mi íntimo dolor, lo expongo descarnadamente, mordiendo mi vergüenza, porque quién se expone y muestra sus entrañas es más frágil aún. Detenerse en esa fragilidad en un mundo que vive huyendo de sí puede parecer incomprensible, sin embargo, me es necesario para observar mi raíz humana, mi esencia perenne porque tiene su origen en los albores del hombre, en su ser. Y no en un afán de puro masoquismo, sino de purificación, como los penitentes en busca del éxtasis, de la comunión con lo divino que pervive en el hombre.
Es posible que lo que acabo de expresar sea inútil pero es consustancial con mi manera de ver mi existencia. Como todo hombre de estos tiempos vivo estresado, trato de cumplir mis deberes, también me relajo y vivo momentos de alegría y de tristeza. Pero no me basta con eso, hay siempre algo no resuelto, silenciado día tras día y que me acosa cuando delineo un poema. Mis poemas probablemente carezcan de mayor valor literario pero forman parte de mi visión aunque escribir poesía puede resultar contradictorio con otros ámbitos de mi vida. Pero es mi pequeña rebelión, el objeto final no es la poesía sino más bien ella es el medio del que me sirvo. Si ello es de locos, puede ser: pero está ahí, para bien o para mal, me conduzca al rechazo o a la comprensión, al infierno o a la salvación.
A fin de cuentas “no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace...” (Teillier). Yo digo humildemente: "en tiempos del abismo bien cabe alumbrar con el calor de unos huesos tendidos al sol, de mi sangre vanamente ennegrecida, con besos lanzados al aire en busca de labios henchidos de viento, aunque se pierdan en la estación de lo tangible esperando su ocaso de estéril dulzura".