lunes, 19 de junio de 2006

Bajo la dictadura de lo real

Un intento de rebelión

Si vivir fuera caminar por un sendero recto, sería muy simple saber si vamos bien o mal, si estamos arriba o abajo en el camino, si hay alguien mejor encaminado que nosotros o peor.
Muchas veces vivimos en esa ficción, pero inmediatamente la vida nos enrostra el orgullo y caemos inevitablemente.
Vivimos en la miseria porque de algún modo la necesitamos. La miseria de nuestro ego, nuestros orgullos y envidias, de nuestra autoestima y sus altos y bajos, de odios, miedos y rencores. Algunos realistas y pesimistas señalan que dichos atributos serían esenciales en el hombre y que lejos de evitar esos sentimientos debemos aceptarlos e incluso construir nuestras relaciones basados en ellos. No comparto esas apreciaciones. Si bien el ser miserable se nos presenta a diario en el vivir, su constatación no puede ser pábulo para defenderlo. Es como constatar que todos los días se mata gente y ante ello no nos quedara más que despenalizar el homicidio. Creo que el ser humano no es un ser completo, es devenir, es cambio, no es un ser creado y por ende esas miserias siempre pueden ceder, no al nivel de la perfección pero si al de una mejor convivencia. Y necesitamos de la miseria en cuanto motiva al cambio, lo echa a andar, como a aquella ratita que gira y gira en la rueda de su propio mundo.
Muchas de nuestras miseria nacen del temor. Estamos permanentemente construyendo y reconstruyendo nuestra red de emociones, somos arañas tejiendo y destejiendo nuestro entorno, tratando de asimilarlo, buscando muchas vanamente mundos completos en religiones, sueños o ideologías. Somos incluso capaces de aceptar lo peor con tal que no se nos destroce el mundo. Religiones e ideologías totalitarias apoyadas en postulados patriarcales y restauradoras son ejemplos extremos de esa necesidad de salvación. Necesitamos un piso, una mentira, una fuga, una esperanza. Somos capaces de existir bajo la dictadura de lo real con tal de asirnos a algo. Lo lamentable de todo esto que en este juego del ego, de poseer, de desear y odiar, lastimamos y nos lastimamos. El afán de discriminar, castigar, eliminar o despreciar a otro ser humano nace frecuentemente de la necesidad de autoafirmación, de sentirnos seguros aunque el suelo sean las miserias, al construir nuestro yo indefectiblemente personalizamos lo que odiamos de nosotros o lo que no queremos ver en otros y queremos hacerlos desaparecer.
La realidad no existe para mi, lo que llamamos realidad no es más que aquello que percibimos. Es decir, es constatación de la subjetividad. Por ende, hay una enorme responsabilidad en la manera que construimos la realidad porque está hecha de nuestro lenguaje, de nuestra manera de relacionarnos. No hay nada fuera de nosotros que nos obligue, nada absoluto que nos condene a ser de tal o cual manera.. La realidad ha servido de excusa para defender injusticias, guerras, sufrimientos. Lo Absoluto nos enajena, pues en su defensa somos capaces de muchas contrariedades como matar en nombre de la vida. Si entendemos que lo real es una construcción personal y social basada en la manera de relacionarnos, siempre habrá una posibilidad del error, de aceptar nuevas visiones, de tolerar. Porque más que observadores de ella somos participantes y no dueños de la verdad, esto es, de lo absoluto. Creo que esta perspectiva es la que posibilita de mejor manera la vida en sociedad.
Quizá podría rebatirse que al sostener esto igual me hago parte de una visión absolutista cayendo en el mismo juego de lo que denuncio. Sin embargo, más que poner acento en los fundamentos empíricos o pretender la verdad de lo sostenido me centro en las consecuencias de esta manera de ver y creo que ellas dicen relación con aquellos valores sobre los cuales se erige la sociedad humana como la tolerancia, la libertad y la solidaridad.