jueves, 30 de noviembre de 2006

Creación, dulce epitafio

Hay pocas formas de superar el estancamiento que supone vivir en la desadaptación, en el dolor o la neurosis. La alienación es el signo de los tiempos pero, como toda experiencia, también es una posibilidad. Divisarla a simple vista no es fácil. En la decadencia diaria, muchos terminamos aferrándonos a lo primero que lanzan las circunstancias para lograr la salvación. A veces a recursos espurios: hay quienes se enorgullecen de sus automóviles, de sus viajes, de sus lujos, de toda la superficialidad que el sistema brinda a destajo para tapar los orificios que produce su propia vacuidad. Otros resucitan antiguos fantasmas, reinventan viejas mitologías, otros a la religión y al dios cuyo cadáver aún flota en la absinta decimonónica. Pero hay un sólo recurso que merece unas palabras: la creación.

En mi opinión la vida no tiene sentido[1]. Y ante semejante aserto no hay ninguna salida ya que la muerte no es tampoco una respuesta. Oscura paradoja. Como decía Cioran “sólo se suicidan los optimistas, los optimistas que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué la tendrían para morir?”. Pero curiosamente el sinsentido es de tal entidad que busca una manifestación con apariencia de sentido, que lo expone, lo desnuda, lo atraviesa. Y esa experiencia, ese abrazo al vacío es la creación[2]. Nada pone en evidencia la tragedia humana: que el dolor siga manifestándose, que la belleza y lo conmovedor esté engarzado a lo finito, a lo mortal, y no obstante sigue reproduciéndose. Esa tragedia sólo sigue siendo posible con la vida y su destino ineludible. La creación en sí misma lograr aguijonear lo vano de toda certidumbre. La creación es el más sabroso pan de la vida y de la humanidad. La creación que es sinónimo de amor y entrega, que sabiéndose inútil e intrascendente, es capaz de soportar el mareo ante el abismo. No hay lugar a dudas: la vida siempre engendra más vida. Sólo en la creación artística, social, humana, en la lucha interna y externa por proyectarla es posible superar el estancamiento. El pesimismo no debe ser capaz de desbordarnos porque sería negar la paradoja. La contradicción es la razón. El choque es su lema.

Sólo la actividad creadora merece unas palabras para admirarla porque nos pone contra nuestros propios cuerpos muertos. Y la mejor manera de perpetuarla es no sucumbir ante el odio. Odiar es rendirse, es huir, es someterse. Contra el odio se libra una lucha a muerte día tras día[3]. Porque el hombre no es bueno ni malo sino contradictorio[4]. Los pesimistas dicen que el mundo es una mierda para justificar su propia decadencia. No: el mundo es la mierda que hemos construido y no tenemos por qué convertirnos en sus moscas. Allí reside la paradoja y la tragedia, las melodías de ese canto que es épico: luchar por la vida aunque sepamos que vamos a morir.



[1] Dicho de otro modo, no creo que exista un sentido trascendente de la vida humana. También creo que el sentido personal es falso, aunque pueda resultar terapéuticamente recomendado encontrarlo (en eso se basa la logoterapia).

[2] Puede parecer incoherente, por eso hablo de una apariencia de sentido. Es más bien una manifestación de la vida, no un sentido. Darle el carácter de sentido sería contaminar la actividad creadora con el deseo de un fin, volverlo la excusa de un propósito aún mayor, reduciendo sus potencialidades. No quiero aludir con ello a la vieja postura del "arte por el arte" sino al deseo de desligarlo del desesperado afán de sentido (casi siempre utilitario) que limita a la hora de crear. Por otra parte el concepto de creación merece una aclaración que espero hacerla en otro texto.

[3] El odio es el hijo indeseado del dolor. Es el sentimiento terrible del rencor y la destrucción. Siempre es un sentimiento autodestructivo y que peregrina a diario hasta las puertas de nuestra ermita.

[4] El carácter contradictorio del hombre no obsta a que intentemos superar su faceta destructiva, que si bien no cederá en su totalidad (la perfección no es cualidad humana) si puede serlo en alto grado. No puede ser usada como excusa (como lo es la afirmación de que los hombres son malos por naturaleza) para continuar con formas inhumanas y destructivas de relacionarnos. Tampoco para eludir una discusión sobre el hombre y su “naturaleza”.

viernes, 24 de noviembre de 2006

El enano


Nota: Este cuento lo escribí hace unos siete años. Con él obtuve el segundo lugar en un concurso de cuentos organizado por la Dirección de Servicios Estudiantiles de la Universidad de Concepción el año 2003.

Cuando se bajó la vieja que iba en el primer asiento, el chofer subió el volumen de la radio. Una cumbia pegajosa invadió todo el microbús. Entonces el enano no resistió más. No bastaba mirarla por el espejo del chofer, tenía que asomarse a verla de frente, por lo que se paró sobre el asiento y con los brazos apoyados en el respaldo llamó a la muchacha que iba sentada dos puestos mas atrás. Eran los únicos pasajeros que quedaban.

- Ven, ven un ratito. Te voy a dar algo.

La joven sonrojada ante el llamado no atinó a nada. Permaneció un momento mas en su asiento, pero cuando el enano hizo un ademán de bajarse del asiento y dirigirse hacia ella, quiso ir hacia donde estaba el chofer, pero el enano rápidamente se interpuso en su camino abriendo sus brazos.

- ¡Adonde quiere ir, mi reina!

La muchacha atemorizada corrió hacia la puerta trasera del autobús y tocó el timbre para avisar al chofer, pero éste entonando sus cumbias no le oyó.

- ¡La puerta!- gritó mientras golpeaba la puerta con las manos.

El chofer entonces bajó el volumen de la radio y frenó violentamente. El enano rodó por el pasillo del autobús, pero al instante se puso de pie y corrió tras la joven, la que de un salto bajó del vehículo. El autobús partió de pronto y el enano decidido se lanzó por la puerta, como un verdadero superman, golpeándose fuertemente al caer contra el pavimento.

La muchacha que escapaba corriendo escuchó el impacto y se detuvo. Al observar un bulto botado en la calle se acercó y vio al enano agonizando que gemía como si tratara de decir algo. Con temor lentamente se aproximó más aun y se arrodilló junto a él. El enano con dificultad movió su cabeza destruida para mirar el rostro de ella que apenas se notaba por su largo cabello, sus piernas desnudas, su minifalda que al arrodillarse dejaba ver mucho mas que las rodillas. Con esfuerzo estiró su corto brazo hacia ella, la que creía que él le daría la mano. Sin embargo, la mano del enano no pudo resistir la tentación escondida entre esas piernas, y la muchacha gritó, viéndolo morir cuando su cara parecía soltar una sonrisa.