miércoles, 10 de enero de 2007

¿Por qué no el silencio?

El silencio ha servido muchas veces (incluso hasta el cliché) para representar la imposilibilidad de la palabra, para señalar aquel punto del camino en que el lenguaje y la experiencia se separan irremediablemente. El nos revela impotentes, nada es capaz de remediar el aislamiento insalvable a que nos somete, esa división mortal que nos hace esencialmente seres solitarios.

Somos hijos del abandono. Porque las palabras no son bastantes, su realidad, la única posible de vivir en comunión, no es más que un espejismo. Estamos solos y persistir en el deseo del otro es un absurdo que, sin embargo, debemos vivir y defender.

Cabe preguntarse ¿por qué no el silencio? ¿por que insistir en callar con palabras aquello que no se apaga sino con la muerte?

El silencio nos conmina a no decir nada más, a mirar nuestros gestos y encontrar en su inutilidad aquella belleza tan propia de las ofrendas y sacrificios. Es entender que con palabras nada se cura, tan solo se adormece.

El mito dice que Dios creo el mundo a través de las palabras. ¿Por qué no el silencio? Quizá no haya mejor sustituto de la muerte para huir de él.