lunes, 23 de julio de 2007

Amanecer abisal

Una sombra corretea en el sueño
Su cabeza golpea las negras paredes
La vela cede, se despide y se apaga

Una lluvia incesante, un mar embravecido
Desborda todos los rincones
A los que se aferrar seres grotescos
Peces horribles que nos alimentan y abrigan
Aves sin alas, mariposas traslúcidas
Que renunciaron a la luz
Y se devoran junto a la ventana.
La luna muerde el fruto
Hasta desaparecer envenenada.
Sólo un latido nos recuerda que no hay espacio
Para ser algo más que toda
toda aquella oscuridad.

Pero cuando ya estaba todo perdido
Cuando la fatiga del nado incesante
Había marcado su signo en los miembros extenuados
Una tímida espada atraviesa la noche
Un resplandor tenue ilumina los rostros
Otro golpe abre las sucias aguas
Y por fin una línea nos revela una mirada
Una mano nos acerca una caricia
La soledad se ahoga en la inmensidad del océano
Como un reflejo incierto de otro universo.
La profundidad en ese instante nos atrapa
Con esa belleza única de la aurora invisible
A la que prodigamos todas las plegarias.

Amanece entonces en el abismo
Y bebemos de aquel néctar
Agonizando camino del cielo.

domingo, 1 de julio de 2007

Pan Sacrificial

Lo imposible abre su cruz de cuatro espigas,
la otra mejilla herida ante el cristo de los olvidados,
la sangre vertida en juegos de amor y barbarie,
su razón última: el grito desesperado...
Sus astillas clavadas aún,
macerando la hierba, rasgando la angustia,
hundiendo sus semillas,
cosechando migajas en el erial de los falsarios.
No era un eco lo que despertaba el ignoto son del batallón,
era esa cruz, esa llama urdida en su simiente,
ante ella la guerra se abría, sus lágrimas cuajaban,
y el cristo desgarrado, incólume...
Sus súplicas bebían del mar de los sufrientes,
pescaban muertos, cazaban ángeles,
reflotaban restos de los reinos del odio,
que lo habían anunciado, al pie del Calvario.
¿Qué razones lo desproveyeron de trono, de color, de signo, de bandera?
Cual cosecha del frío,
el nombre no dice nada más que el temor de la ausencia,
no brotó de la helada más que el dolor intacto y puro,
esa palabra a medias llamada carne,
ese manojo de temblores que nadie más había parido...
Esa cruz inexpugnable,
como el hueso que denuncia las alas arrancadas,
aquella cicatriz que espera el beso,
ese árbol que jamás brinda sus frutos a la noche,
el sacrificio alcanza en su ruego el paroxismo
¡cumbre del dolor en esta negra tierra!
La necesidad de su sello no está escrita en su origen:
colgado, sus marcas vivas son el signo de la derrota de los ángeles
y el más horrendo pan de la miseria humana.