miércoles, 24 de diciembre de 2008

En el alargue

Este año más que nunca he ido al estadio. He seguido fielmente a mi equipo a buena parte de sus partidos de local. Un año difícil, sin grandes logros, en que apenas se ha conservado la categoría. En el partido final se ganó la liguilla de promoción y los numerosos hinchas que asistimos (no somos muchos pero más que varios otros de primera división y más de lo que la mentira interesada dice) aplaudimos al equipo tras el pitazo con que concluyó el lance. Entonces, en esa despedida final, con esa satisfacción de que a pesar de ser un año difícil se sobrevivió, confirmé aquella sensación que me acompañó con cada vez mayor intensidad estos últimos meses: también había tenido un año difícil y al final había sobrevivido. Había salvado el año. Es un lugar común afirmar que el fútbol es una alegoría de la vida. Pero ello me pareció más cierto este último tiempo. Cada vez que veía los sagrados colores auriazules esparcirse en el campo de juego era mis propios fantasmas luchando contra sus sombras, y el arco contrario era el espacio consagrado por un instante a la alegría. Al final sobreviví y celebré el triunfo de mi equipo. Con optimismo deberá armarse el equipo para el próximo año, dosificando las fuerzas y dispuesto a avanzar con ímpetu a la meta, sin ceder ningún espacio al equipo rival, esas sombras que mis propios jugadores proyectan sobre la cancha en el partido interminable.