domingo, 26 de diciembre de 2010

Petrificados

Corramos, aún petrificados,
La muerte nos esquiva en la ciudad,
Los vehículos palidecen agobiados,
Las calles se entrecruzan sin remedio,
Las plazas nutren la siembra de los juegos
De los niños que no brotan.
De la mano, atascados en el tránsito
De figuras ya atadas, de simulacros
De un fuego que no arde pero quema
Hasta cosechar rabiosa sus cenizas.
Ya no hay parques, ni árboles sacralizados,
Tampoco llanto que alimente la pérdida inhumana
La ciudad ha tendido sus encantos
Y nos ha encadenado a sus rincones.
Pero hoy, sólo hoy
Puedo decirte al oído
Tras la próxima esquina, salvajemente,
Allí donde nos cruzamos sin conocernos
Asomados entre la lluvia de los años,
Una canción a medio hacer,
Esa melodía que viene y viene y no se atreve a nada
Esa que dice en su ingenua necesidad
Que si alguna certeza he de tener
Ha de ser tu sonrisa esparciendo su verdad
Pontificando en tu nombre como un simulacro de ese cielo
Que no nos recibirá con lágrimas
Porque la maldición nos seguirá, como cantara Kavafis,
Y mas allá de la certidumbre de la vida
Estarán estas misma sombras,
Estos laberintos de piedras, estas mismas calles.

En paz

Párpados cubriendo la ceguera noctámbula
Su hondura de calor tibio, imitando una caricia
El alimento de los saurios que en sus cavernas duermen
Esperando otra estrella, la partida de las bestias.
Ángeles cercenados se aferran a los huesos
Alguien vela a cada muerto en la ciudad
Porque nadie merece en el frío nocturno el desconsuelo
Sanguíneo a veces, rociando sus huellas dolorosas
¿quién no necesita esa paz terrible
astillada de esperanzas ahogadas, enjauladas en su ensoñación?
Besa a quien no lo merezca, a quien reniegue de tu sangre
Humíllate ante el ídolo de tus enemigos, acaricia hasta la última herida
Cuando su vaso derrame transparencia
Cuando no sea capaz de contener otra gota de lluvia
Entonces los rayos diamantinos de su cadáver iluminarán.
Sólo cuando el ojo sangre el color de sus visiones
Cuando la cordura pierda toda sensatez
Entonces brotará la paz de los moribundos
La eternidad del desalojo cubierta de nieve negra.
Los suspiros tendrás su corona al final de la calle
En el pasadizo hacia la bruma, sendero fatal,
Callejón hacia la inmovilidad fría y plena
Donde ya no importa la muerte o la vida que de ella pende.
Paz de ausencia de desvelos, latidos que despeguen de los pechos,
Pequeños temblores que apagan su obsesión
Solo un dios podría acallar a todos ellos,
Solo la paz no esperaría jamás una respuesta.
Sólo paz al final de los témpanos
Cubriendo de plata a sus sombríos habitantes.

Fin de día

Cuando el cansancio me dice que no debo confesar,
Cuando vuelvo y no pienso más que en lanzarme contra el suelo
Cobrar todas las culpas, llorar los dormitorios, mirarme por el reverso.
Cuando la ciudad no lleva más que a sí misma
Y hasta el más repugnante pasaje es un laberinto sin nombre.
En fin, cuando acaba el día de su propio malestar
No voy al baño y le cuento los secretos a la sombra
No soy el pedazo de rutina encadenado a una silla o una frase repetida cien, mil veces.
No soy en ese instante nada bueno que merezca un poco de piedad
Una limosna que da el día a la noche en señal de abandono.
Soy el despojo de una máquina que ha parado de matar
Y cobra sus facturas a los zombies que merodean su guarida nocturna.
Porque teníamos razón en colgar nuestros cuellos a las ramas de los sueños
Como si despertar fuera morir y luego dormir eternamente.
Ya nada cumplió su ciclo y el cliché de los años ha hecho su parte.
Maldigo, cansado y harto el arma que no disparó su arte contra el suelo,
Urdió su pelaje gastado y se lanzó a la selva a cazar sus estrellas.
Hoy, por hoy nada, nada urge tanto como descansar
Y no quiero mirarte asaltada en la televisión
No quiero saltar una orilla de la cama y esperar desconsolado el pronóstico del tiempo.
Cuando ya no doblé la esquina, no utilicé mi equipaje,
Cuando el vehículo chocó contra su dueño, quizá más duro que aquél,
No queda más que beber hasta la última gota del veneno casero,
Ese placer culpable agolpándose atrás de la puerta,
Mirarse luego a la ventana
y simplemente gritar de puro gusto que el sol tiene ese maldito afán por asomarse cada ciertas horas.

Con las cuchillas clavadas

Huir
Con las cuchillas clavadas
Arrancando del ruedo
Las voces que vuelan de sus marcas silenciosas
En un rodeo largo a la ciudad difuminada.
La música es un golpeteo de tambores lacerantes
Funerales que alegran la noche con sus sonrisas apagadas.
Ebrios de tanto andar, de látigos amarrados
En esa huella fingida que alguna vez quisimos nombrar
Nadie jamás lo recordó y mejor fue así...
Ni las lunas desperdiciadas al amparo de la fuga
Ni la locura aplacada por un sol autoritario
Que impone sus verdades a la luz de la mentira.
Cuanto da ya ahora, espantada la aurora
Al punto que ninguna sombra tiene miedo de alumbrar.
Paso a paso, las vertientes rotas de esas promesas
Éxtasis no debidamente ofrendado,
Nos vierte su sed como migajas en el bosque.
Tomar otra vez esa calle ahogada
Ese responso en el carruajes de los huesos
Que empuja sin cesar su luto
Hacia la imagen derrocada del placer.
Nubes hoy se sacrifican en el cielo negro
Para que su astro esta vez nos siga
Y guíe nuestra pérdida bestial al más profundo pozo
Que nuestros dedos descarnados pudieron cegar.

jueves, 20 de mayo de 2010

Robots Enjaulados

No hay humedad en este bosque,
Fierros y cemento, ruido demencial
Golpes de hachas y sangre agitándose,
Si tan solo lloraran...
De pronto en la inmensidad del frío metálico
Una voz artificial reza en su cadalso
Un fantasma de hombre se oculta en el regazo
Pesadilla de su huésped ataviado de cadenas.
Cadáveres, cadáveres, pedazos de niños cubiertos de recuerdos
Padres rotos, ciudades sin fin ni principio, un automóvil ardiendo.
Funerales en la noche, deudos intentando rescatar algo
De ese reciclaje automático, desde los siglos de los siglos,
Flores inútilmente mutiladas.
No puede haber algo tibio en el reverso de las ruinas
Agolpándose siquiera como ligeras siluetas
Remembranzas de viejas películas o cuadernos añosos.
El mundo partió sin dejar recuerdo, y acá sólo escarban
Sus huesos royendo hasta la última partícula de carne.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Un juego de adivinar

Esto es un juego de adivinar
De adivinar que hay a través de los días ciegos
Que enmudecen sus sentidos por quererte contemplar
Por retener el acento que el silencio tuyo no deja que brote.
De adivinar si esto es un juego de sombras
De provocaciones al final de la tarde
Cuando nadie reconoce sus caminos y las miradas se entrecruzan agotadas.
Porque nada impide descubrirnos y aún así nos esforzamos por negarnos
Por caminar lentamente en la infinitud de un tiempo prestado
En el que mis segundos se agolpan a los tuyos eternizándolos.
Adivino una respuesta, el último día de este mundo
Cuando perseguidos las vidas se entreguen a sus sombras
Cuando ya no haya motivo imaginado porque ya no habría ni tiempo ni lugar
Cuando el azar sea lo único posible
Y tras ese juego de adivinarnos en el ocaso
El mundo se parta mientras nos abrazamos
Y un nuevo cielo nos cubra de su renovado ímpetu.
Este juego, de guiños que se ahogan,
Que hunden luego su carga de deseo en el rabillo del ojo,
Puente abismal que lo mismo pueden llevarnos al contacto o a callar
Este juego que nos cansa, este tesoro escondido en el borde del absurdo
Nos invita a mirarnos una vez más, y otras tantas,
Para reconocernos al final del día, exhaustos,
Siendo un extraño reflejo en una mirada desconocida.