domingo, 19 de febrero de 2012

El oasis de los redimidos

Escucho desgarrarse el íntimo velo del desierto
Ese mundo opuesto que jamás se pronuncia
Esa travesía por el propio camino y que no arrecia
A la vera de los párpados que lo nombran y sueñan.
A sus pies, los giróvagos marchan entre los bosques ausentes
La noche busca testigos para su luna hecha trizas
Con santos emergiendo a su encuentro aun martirizados.
La basmala anuncia el comienzo del peregrinaje
Los fantasmas se despiden de sus carnes putrefactas
Y los místicos degollados aspiran a su coronación.
Ritos secretos del placer, coronas de cilicio
Látigos que dibujan suaves heridas entre la arena de todas las ausencias
En una promesa incumplida contra la vaciedad de los presagios.
Los ángeles del último cielo escapan de sus sangrientas cadenas
Los espejos asoman resquebrajados contra la silueta del sol
Y allí, frente a toda esa inmensidad degenerada,
Solo queda el espíritu de los torturados, de los consumidos por la espera
Por la crucifixión de sus hijos, por la profanación de sus sellos
Porque cuando nada quede en el cementerio de recuerdos
Cuando la esterilidad de los símbolos solo deje una palabra pronunciada a medias
Los dioses de la sequía hablarán con los desconsolados,
Con los profetas que aún cuelgan de los árboles de sus ofrendas
Con la multitud ahogada contra la piedra de los augurios,
El encuentro terminal
Que perdonará a sus deudos como un secreto pervertido
Que libera a quien lo porta del beso de la unción.

lunes, 13 de febrero de 2012

Fruto Envenenado

Abandonado
Rodeado de figuras empaladas
Admiro el tumor de tu belleza.
Porque entre todos los restos nauseabundos
Solo tus labios mutilados
Vuelven hermoso lo terrible:
Las entrañas miserables desperdigadas por las noches,
La pus que ahoga los caminos
En su perpetuo vaho sepulcral
En su masacre cotidiana.
Porque solo tu cicatriz
Abre sus ojos hacia el abismo
Y allí, asomada ante su hondura
Se marcan sin decencia las heridas.
Porque cada cual arrastra sus puñales
Con la espalda acribillada
Y el corazón podrido entre las manos.
Porque los años pasan
Y la sangre estérilmente vertida luego pierde su sabor.
Al término queda únicamente
La huella agónica
Del rito alguna vez atesorado
Dejando cercenados sus ídolos en el suelo.
Porque al cerrar el horizonte
En la pesadilla de la resurrección
Solo el espejismo, entrevisto ante las muertes,
Puede decirnos al oído:
“Fuiste mi testigo
Y ni todos los días desgajados de tus horas
Pagará tu liberación por míseros instantes
De la ineluctable maldición”.