jueves, 16 de agosto de 2012

Pintura kármica


Desde el comienzo de este día
En su escuálida añoranza
En su pacto no invocado pero cumplido a fuerza de nombrarlo
En el silencio de una habitación vacía,
En la esperanza del pueblo derruido, del anonimato al llegar a casa
Tras desprenderse de todo, de los espacios recorridos,
De los buses abordados, de los paisajes humanos,
Unos niños riendo en la plaza, una anciana con una sonrisa apagada
Pesquisando la muerte que se le mete por los ojos.
Cruces en la avenida, abrazos en el vacío,
Cuando empieza a llover sobre la ciudad,
Poco a poco extraviando los deudos que sin morir se pudren en la espera.
Cierro la puerta de mi encuentro
Me acomodo frente al enigmático secreto de ese rincón
Mientras mis hijas recorren insaciables el hondo pasaje de sus sueños
Como si el arcoiris de la infancia  no bastara para pintar todos los tonos
En los muros del hogar.
La ventana se entrecruza y la puerta se enciende
y me siento a esperar la noche, gota a gota, sanguínea,
Un latido vago que va derribando los vidrios, las miradas,
Las máquinas demenciales que nos atrapan a sus ritmos.
Así transcurre su figura.
La voz, simbólica, ritual, de las calles desvanecidas
Doblando hacia su mejor propósito:
Perderse entre los hombres, difuminarse contra la neblina
Para simplemente avanzar hacia su destino
Como el irremediable beso de los años, bebiéndose los días.