domingo, 7 de octubre de 2012

En las cálidas entrañas de los mecanismos



 Desplazándose contra el curso de la ira
Agotándose en la espera del próxima tren hacia la ruina en dosis
Andando y desandando va la rueda dentada, activando su alma
Despertando como un sol su mecanismo ensangrentado
Para escupirnos sobre las calles, más allá de la línea de producción.
Y así, lentamente, como babosas todavía atravesadas
Por la estaca incierta de la suerte,
Para borrar de golpes en los rostros la marca ruin
El colgajo de ángel, la llave del encierro,
Electrificando sus círculos concéntricos
Para que nadie derribe su ídolo controlado a distancia
Esa careta mortal que termina por pudrirnos antes de nacer.
Y si alguien se detiene, creyendo, burdamente, en el sentido del viento
En la esperanza de la lluvia, en el golpe de dios en el lamento,
Cruda y sensual ensoñación parida en la agonía rutinaria,
Esa misma sucia maquinaria, esa arma obsoleta
Obtendrá sin más que una amenaza, a la sombra del invierno
El anhelado encuentro, la entrega voluntaria,
Ese sacudón de los huesos en el último trago
Pero que no es más que el látigo de la conspiración
El demonio urdiendo su bello dominio en la tarde del hogar
Junto al candor de los niños y la televisión
Al automóvil derrumbado, la mujer deseada,
La ciudad semihundida en su desesperanza
En sus avatares de vieja tumba reencontrada.
Hacia allá miran sus entrañas
Llenas de ojos reventados, manos cercenadas,
Huellas de la tortura que siempre espera a la vuelta de la esquina
En ese hacer y deshacer de tanto querer mirarnos al rostro
Mientras lubricamos sin querer el engranaje
Ese aparatito ruin que no termina de desgastarse
Ni por el grito ahogado de quien se abandona en la soledad del muro
Del beso que encuentra de golpe los tentáculos de la violencia,
El choque horrible entre el deseo y la mutilación,
El desencuentro al atravesar una esquina,
Para encontrarse con la sombra del sol
Esas noches que nos devoran a plena luz del día
Para despojarnos, reciclándonos, de lo que queda de vivo
De lo que fue capaz de sobrevivir a la calle,
A la frustraciones gratuitas, a los placeres furtivos,
Entre las veinte horas y las seis de la madrugada,
Antes de despertar lo suficiente, y así, entre bostezos bestiales
Partir de nuevo a la molienda, al amor heroico de los que mueren in actum
Sin nada mas que un martillo oxidado, para clavarnos a nosotros mismos
A la cruz de la rueda sideral.