Por las avenidas proscritas, arrancadas de raíz del
simulacro
Encadenado transita junto a un hombre su fantasma
Camino a su hogar envilecido, apagado,
Secuestrado entre ciudades en llamas, entre siluetas
abandonadas en el fango
Para levantarse de golpe con el sol que todo quema.
Las calles en su profunda paradoja provocada
Que más rápido nos pierden que encaminan hacia brumas
Atestiguan el paso negro del animal dividido, silente,
Relegado en el mar sin fondo de los ahogados.
La mecánica sucia de las llaves, de las aperturas que
cierran espacios, rincones,
Y abren sacrificios íntimos en la callada estancia de los
fugitivos
No brinda el necesario refugio, la taza caliente, el licor áspero
que derrote la cordura.
Entre las paredes de la cocina, donde nadie come sino se espera
el hambre
Donde alguien que ya no vive abre ollas y alimenta
sueños,
Entre las paredes plagada de souvenirs y baratijas
arrancadas de otros mundos
Intentará, como tantos otros que comparten en la noche su pan
Como el cuerpo que reparte generoso su bocado sangriento,
Apaciguar ese alejamiento que muta en horas, segundos
agotadores,
Dolorosos momentos que beber tras desgranar los frutos
negros del día.
En la lejana experiencia de transitar los propios puentes,
las estaciones desmarcadas,
Las plazas abandonadas a la miseria de los vagabundos, que
nutren sus famélicas bancas,
Alguien despierta a su destierro, como un golpe repentino en
la batalla,
Los edificios a medio derribar se levantan y florecen,
Y solo él sabe, el desterrado, el vital espejismo que
describe círculos en su huida
Que todo ha de perecer entre sus manos desbordadas
Y reirá entonces, inundado de recuerdos, de trenes y
puertos,
Porque alguna vez caminó allá, tuvo hogar, y atesoró esos rostros
como propios.
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