Desde el
comienzo de este día
En su
escuálida añoranza
En su pacto
no invocado pero cumplido a fuerza de nombrarlo
En el
silencio de una habitación vacía,
En la
esperanza del pueblo derruido, del anonimato al llegar a casa
Tras
desprenderse de todo, de los espacios recorridos,
De los
buses abordados, de los paisajes humanos,
Unos niños
riendo en la plaza, una anciana con una sonrisa apagada
Pesquisando
la muerte que se le mete por los ojos.
Cruces en
la avenida, abrazos en el vacío,
Cuando
empieza a llover sobre la ciudad,
Poco a poco
extraviando los deudos que sin morir se pudren en la espera.
Cierro la
puerta de mi encuentro
Me acomodo
frente al enigmático secreto de ese rincón
Mientras
mis hijas recorren insaciables el hondo pasaje de sus sueños
Como si el
arcoiris de la infancia no bastara para
pintar todos los tonos
En los
muros del hogar.
La ventana
se entrecruza y la puerta se enciende
y me siento
a esperar la noche, gota a gota, sanguínea,
Un latido
vago que va derribando los vidrios, las miradas,
Las
máquinas demenciales que nos atrapan a sus ritmos.
Así
transcurre su figura.
La voz,
simbólica, ritual, de las calles desvanecidas
Doblando
hacia su mejor propósito:
Perderse
entre los hombres, difuminarse contra la neblina
Para simplemente
avanzar hacia su destino
Como el irremediable beso de los años, bebiéndose
los días.
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