Desplazándose
contra el curso de la ira
Agotándose
en la espera del próxima tren hacia la ruina en dosis
Andando y
desandando va la rueda dentada, activando su alma
Despertando
como un sol su mecanismo ensangrentado
Para
escupirnos sobre las calles, más allá de la línea de producción.
Y así,
lentamente, como babosas todavía atravesadas
Por la
estaca incierta de la suerte,
Para borrar
de golpes en los rostros la marca ruin
El colgajo
de ángel, la llave del encierro,
Electrificando
sus círculos concéntricos
Para que
nadie derribe su ídolo controlado a distancia
Esa careta
mortal que termina por pudrirnos antes de nacer.
Y si
alguien se detiene, creyendo, burdamente, en el sentido del viento
En la
esperanza de la lluvia, en el golpe de dios en el lamento,
Cruda y
sensual ensoñación parida en la agonía rutinaria,
Esa misma
sucia maquinaria, esa arma obsoleta
Obtendrá
sin más que una amenaza, a la sombra del invierno
El anhelado
encuentro, la entrega voluntaria,
Ese sacudón
de los huesos en el último trago
Pero que no
es más que el látigo de la conspiración
El demonio
urdiendo su bello dominio en la tarde del hogar
Junto al
candor de los niños y la televisión
Al
automóvil derrumbado, la mujer deseada,
La ciudad
semihundida en su desesperanza
En sus
avatares de vieja tumba reencontrada.
Hacia allá
miran sus entrañas
Llenas de
ojos reventados, manos cercenadas,
Huellas de
la tortura que siempre espera a la vuelta de la esquina
En ese
hacer y deshacer de tanto querer mirarnos al rostro
Mientras
lubricamos sin querer el engranaje
Ese
aparatito ruin que no termina de desgastarse
Ni por el
grito ahogado de quien se abandona en la soledad del muro
Del beso
que encuentra de golpe los tentáculos de la violencia,
El choque
horrible entre el deseo y la mutilación,
El
desencuentro al atravesar una esquina,
Para
encontrarse con la sombra del sol
Esas noches
que nos devoran a plena luz del día
Para
despojarnos, reciclándonos, de lo que queda de vivo
De lo que
fue capaz de sobrevivir a la calle,
A la
frustraciones gratuitas, a los placeres furtivos,
Entre las
veinte horas y las seis de la madrugada,
Antes de
despertar lo suficiente, y así, entre bostezos bestiales
Partir de
nuevo a la molienda, al amor heroico de los que mueren in actum
Sin nada
mas que un martillo oxidado, para clavarnos a nosotros mismos
A la cruz
de la rueda sideral.
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