miércoles, 22 de junio de 2005

Amortal

Las primeras palabras la denunciaron. “Te voy a matar” no parecían palabras amistosas. Pero cuando se volvió sobre sus pasos y tomo el arma que había dejado sobre su cama, sentí unos deseos inmensos de violarla. No solo tenía ganas de golpearla y reducirla para evitar que cumpliera su amenaza, deseaba además forzarla al sexo violentamente. La tomé por la cintura pero ella se dio vuelta y puso su arma en mi frente. “Te amo” le dije estúpidamente. Entonces ella cayó desmayada a mis pies. Sabía de balas capaces de atravesarlo todo, de cuchillas, espadas y toda clase de armas absolutamente mortales, aún cuando la víctima se proteja, pero la que acababa de descubrir era aterradora, sacada de un libro de magia o un manual de hechicería. “Te amo” repetí , y me marché.
Cuando llegué a la esquina en la que desembocaba la calle de la casa de mi víctima, vi algo irrisorio. Todos estaban tendidos en el suelo. Todos dormían en extrañas posturas, como si Morfeo los hubiera tocado en plena actividad sin tiempo para acomodarse. Pensé “si ese par de palabras que solté estúpidamente frente a mi amada produjeron tal efecto en ella, quizá la segunda vez....” No, no podía ser. La segunda vez que pronuncié tales palabras no podía provocar tal efecto en toda esa gente. Desesperado regresé a la casa de mi víctima para ver si había vuelto a despertar. Cuando entré al cuarto donde la había dejado, casi morí de la impresión: mi amada, toda llena de sangre, con la pistola entre las piernas, no paraba de gritar “te odio, te odio” . Y cada vez que repetía esa frase escuchaba a alguien caer en las proximidades, como si miles de seres quisieran entrar a la casa y desfallecieran al oír esos gritos atroces . Cuando llegó la noche y había olvidado todo, me aferré a su cuerpo muerto y esperé a que despertara. Mientras los caídos retomaban el paso y se iban sin más, la violé y nunca mas volví a repetir su nombre en mis sueños.

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