domingo, 1 de julio de 2007

Pan Sacrificial

Lo imposible abre su cruz de cuatro espigas,
la otra mejilla herida ante el cristo de los olvidados,
la sangre vertida en juegos de amor y barbarie,
su razón última: el grito desesperado...
Sus astillas clavadas aún,
macerando la hierba, rasgando la angustia,
hundiendo sus semillas,
cosechando migajas en el erial de los falsarios.
No era un eco lo que despertaba el ignoto son del batallón,
era esa cruz, esa llama urdida en su simiente,
ante ella la guerra se abría, sus lágrimas cuajaban,
y el cristo desgarrado, incólume...
Sus súplicas bebían del mar de los sufrientes,
pescaban muertos, cazaban ángeles,
reflotaban restos de los reinos del odio,
que lo habían anunciado, al pie del Calvario.
¿Qué razones lo desproveyeron de trono, de color, de signo, de bandera?
Cual cosecha del frío,
el nombre no dice nada más que el temor de la ausencia,
no brotó de la helada más que el dolor intacto y puro,
esa palabra a medias llamada carne,
ese manojo de temblores que nadie más había parido...
Esa cruz inexpugnable,
como el hueso que denuncia las alas arrancadas,
aquella cicatriz que espera el beso,
ese árbol que jamás brinda sus frutos a la noche,
el sacrificio alcanza en su ruego el paroxismo
¡cumbre del dolor en esta negra tierra!
La necesidad de su sello no está escrita en su origen:
colgado, sus marcas vivas son el signo de la derrota de los ángeles
y el más horrendo pan de la miseria humana.

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