domingo, 19 de febrero de 2012

El oasis de los redimidos

Escucho desgarrarse el íntimo velo del desierto
Ese mundo opuesto que jamás se pronuncia
Esa travesía por el propio camino y que no arrecia
A la vera de los párpados que lo nombran y sueñan.
A sus pies, los giróvagos marchan entre los bosques ausentes
La noche busca testigos para su luna hecha trizas
Con santos emergiendo a su encuentro aun martirizados.
La basmala anuncia el comienzo del peregrinaje
Los fantasmas se despiden de sus carnes putrefactas
Y los místicos degollados aspiran a su coronación.
Ritos secretos del placer, coronas de cilicio
Látigos que dibujan suaves heridas entre la arena de todas las ausencias
En una promesa incumplida contra la vaciedad de los presagios.
Los ángeles del último cielo escapan de sus sangrientas cadenas
Los espejos asoman resquebrajados contra la silueta del sol
Y allí, frente a toda esa inmensidad degenerada,
Solo queda el espíritu de los torturados, de los consumidos por la espera
Por la crucifixión de sus hijos, por la profanación de sus sellos
Porque cuando nada quede en el cementerio de recuerdos
Cuando la esterilidad de los símbolos solo deje una palabra pronunciada a medias
Los dioses de la sequía hablarán con los desconsolados,
Con los profetas que aún cuelgan de los árboles de sus ofrendas
Con la multitud ahogada contra la piedra de los augurios,
El encuentro terminal
Que perdonará a sus deudos como un secreto pervertido
Que libera a quien lo porta del beso de la unción.

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