lunes, 13 de febrero de 2012

Fruto Envenenado

Abandonado
Rodeado de figuras empaladas
Admiro el tumor de tu belleza.
Porque entre todos los restos nauseabundos
Solo tus labios mutilados
Vuelven hermoso lo terrible:
Las entrañas miserables desperdigadas por las noches,
La pus que ahoga los caminos
En su perpetuo vaho sepulcral
En su masacre cotidiana.
Porque solo tu cicatriz
Abre sus ojos hacia el abismo
Y allí, asomada ante su hondura
Se marcan sin decencia las heridas.
Porque cada cual arrastra sus puñales
Con la espalda acribillada
Y el corazón podrido entre las manos.
Porque los años pasan
Y la sangre estérilmente vertida luego pierde su sabor.
Al término queda únicamente
La huella agónica
Del rito alguna vez atesorado
Dejando cercenados sus ídolos en el suelo.
Porque al cerrar el horizonte
En la pesadilla de la resurrección
Solo el espejismo, entrevisto ante las muertes,
Puede decirnos al oído:
“Fuiste mi testigo
Y ni todos los días desgajados de tus horas
Pagará tu liberación por míseros instantes
De la ineluctable maldición”.

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