Caen incrédulas, tímidas,
Sobre la mesa.
“¿Para qué sirven
las polillas?”
Busco sus ojos, rastreo sus anhelos
Como si fantasmas nos sobrevolaran.
Para qué sirve sucumbir sino es para sembrar consuelo,
Para desplegarse hacia la luz insomne, entre sueños
inventados
Como un trazo desesperado antes de marchar.
Dibujos en la sombra, mis manos se entreabren,
Seres muertos me dicen su nombre al oído, entre quejidos,
La desnudez es evadida entre la noche y el día,
Los ropajes devoran a quienes los portan como una dulce
orfandad.
Puedo decirte algo al oído, mientras ellas turbadas abren
sus alas,
Es hermoso saberse igual que ellas, persistir en la duda,
Y no obstante intentar besar la luz, entre viajes, muertos y
partidas.
El amor nos consolará ausente, nos desnudará hasta la
tristeza
Porque la felicidad es instantánea, servida en un café de
mañana,
Cuando el dolor siembra las calles y los héroes se levantan,
Besan a sus hijos, parten al trabajo, a ganar esa cuota de
felicidad,
La caricia al terminar la tarde, una sonrisa antes de embarcar.
Abre tus manos, abre sus alas, llévalas hacia sus frágiles
lunas
De piezas ahogadas, de paisajes vacíos, de belleza
atribulada,
Ellas creen en ti, aunque no atesores su fe,
Ellas esperan de ti esa bendición nocturna, ese inefable rito,
Esa palabra atascada en el vino negro de las horas
De saber en el consuelo que el amor vuela antes de parir sus
carceleros.
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