Me enseñaba el valor de los moribundos
Que debía postular con celo de doliente,
Reparar los males causados en noches infestas,
Debía circunscribir mi diatriba hacia los saurios
Hacia seres terrestre quienes temían su propia sonrisa
Y que al final del camino una luna devoraba con fruición.
Juntaba papeles, rellenaba símbolos cruzados,
Estampaba mi sombra con una línea apagada
Y rezaba a nadie en particular, palabras y cigarrillos que
partían sin más.
Concurso hacia el desvanecimiento de los cuerpos, la fatiga
de las almas
Amar, amar, repetía esa vergüenza, cartas que parten sin
decir nada,
Besos que nadan pueden contra los castillos subterráneos,
Las huellas de las criaturas sagradas,
La caminata desdichada y alegre, desde el comienzo heroico,
de simplemente ver…
Otros pedían lo que en derecho les correspondía, intentando
doblar los abismos,
Y de esos testimonios nadie informaba, ni sumariamente,
Mientras yo solo me cobijaba en apelaciones subsidiarias, a
vanas instancias,
que poco desnudaban su mudez sin fundamento plausible.
Qué más da repetir el circuito de los penitentes, persignarse
ya poco importa,
Lo que se urde tiene rostro de sueño, y llama en las noches
su regazo materno,
Hermoso llanto que ya no puedo acallar, in articulo mortis, con
vacíos juramentos.
El premio de la noche, está mi labio en la patria de su
madre,
Cruzando hasta salones extraños, experiencias del azar, fatum
insomne,
Mientras seres anónimos, cesantes en el precipicio
ingrávido,
Sentencian esta y todas las vidas a perpetuidad,
Resolución firme, de fin de día, abrazo de medianoche
Hasta donde llegará mi retrato negro, una oscura pausa de
funeral.
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