Entre señuelos, en el campo recién arado, despejando el
camino,
Llevamos esta ruina, belleza contrapuesta,
Acomodándonos a su torpeza, a su rudo cariz telúrico,
Como el abrazo exhausto tras la siembra, esperando lunas y
cosechas,
La vertiente en tu pecho abriendo surcos que transito,
El viento rescatando de tu vientre soñado la semilla.
Marcas, cruces, no
esperemos el verano,
Los labios hoy ya tientan al sol ardiendo
Y entre los arroyos sanguíneos escogimos sus deseos:
Noches de desvelo carnal, gemidos en la eternidad de un
ruego,
Sueños lanzados a correr como bestias liberadas.
La vieja casona marca
con su tiempo el latir de los frutos,
La marca que ha cazado el fuego de su fragilidad,
Mientras nos esperamos deseosos antes de partir
De dibujar nuevamente los surcos, de desperdigar sus
ofrendas
Ante la sabiduría exacta de la furia y el desgarramiento.
Vale este sueño pesadillas, besos frustrados y manos
imprecisas,
Que levantan el polvo y dibujan paisajes, para atormentar
las distancias,
Porque de esto se trata su cosecha, de descifrar instancias
de locura, presagios,
Fantasías colgando del arado, de la fiebre de lo ansiado
En sus torres sin silencio, callando solo entre las
lunas sanguinolentas,
Silos envolventes que custodian mi torpe anhelo detenido.
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